
Margaret Mary Douglas
Nacida en San Remo, Italia, un 25 de marzo de 1921 bajo el apellido Tew, la antropóloga británica Mary Douglas fue una de las figuras más destacadas de la especialidad durante el siglo XX.
Graduada en Oxford en 1951, fue alumna de Max Gluckman y Meyer Fortes, pero las influencias que marcarían para siempre su carrera provendrían, más bien, de otras dos fuentes: Franz Steiner, que inspiraría su interés por las anomalías culturales, y Evans-Pritchard, que como su mentor teórico la familiarizaría con el pensamiento sociológico francés.
Interesada en el análisis del simbolismo y los textos bíblicos, su formación penduló entre lo heterodoxo y lo clásico. Ingresó a Oxford cuando tenía dieciocho años para estudiar filosofía, economía y ciencias políticas, pero debió interrumpir el cursado en 1943 para trabajar en la Colonial Office, de la cual su padre había sido funcionario. Pudo terminar su carrera tras finalizar la guerra, y dedicarse de lleno a la antropología recién desde 1949, especializándose en la etnografía de los grupos del África centro-ecuatorial, con lo que llegó a hacerse un nombre destacado.
En una extensa entrevista realizada por Alan Macfarlane el 26 de febrero de 2006, Mary Douglas comienza refiriéndose a sus orígenes y a de qué manera una serie de vicisitudes la condujeron hacia ciertos temas en antropología social. La mención de nombres como los de Phyllis Kaberry, Raymond Firth, Audrey Richards, Evans-Pritchard, Daryll Forde o Meyer Fortes contextualizan una trayectoria profesional que se inician tímidamente en la Colonial Office, para terminar, después, derivando en una antropología donde nuestras propias categorías, y no ya las de otras culturas, quedan implicadas. A cuatro obras se refiere especialmente aquí: Pureza y peligro (1966), Símbolos naturales (1970), El mundo de los bienes (1979) yRiesgo y cultura (1982); lo que brinda la oportunidad única de seguir paso a paso sus reflexiones. |
African Worlds (1954), la famosa obra dirigida por Daryll Forde, una serie de estudios sobre la cosmología y valores de distintos pueblos africanos, alberga una de sus monografías más célebres, Los Lele de Kasai, que en no más de treinta páginas brinda la clave de lo que será su producción futura.
Los Lele son un pequeño grupo étnico dividido en tres parcialidades que habitan lo que antiguamente era el Congo Belga, hoy República Democrática del Congo, cuya subsistencia se vio comprometida hacia fines del siglo cuando las enfermedades y la guerra civil azotaron al país; pero Douglas tuvo la oportunidad de convivir con ellos en mejores circunstancias, primero entre 1949 y 1951, y, después, en 1953.
Como fruto de esta experiencia, casi una década después (1963) y con el mismo nombre vio la luz otro trabajo sobre los lele, esta vez mucho más amplio, dedicado a los patrones de intercambio matrimonial, pero con una trascendencia a momentos justificada y a momentos discutible de lo que pronto se reconocerá como el tema central en la mayoría de sus escritos: el vínculo entre estructuras sociales y modos de pensamiento, y su expresión en los comportamientos como dato simbólico de esa relación. Preocupación que la ligaría para siempre con las ideas de Durkheim y Mauss, y con la particular interpretación que Evans-Pritchard había hecho de ellas desde la publicación de Los Nuer (1940).

Pureza y peligro. Un análisis de los conceptos de contaminación y tabú. Con enfoque estructuralista y sabor durkheimniano, esta obra no solo destaca a la autora, rescata a la antropología como una disciplina fundamental.
Sin embargo, lejos de encasillarla, esta filiación mostró en sus investigaciones facetas nuevas que en los años sesenta se enriquecerían aún más con el influjo de la obra de Lévi-Strauss. Pureza y peligro, de 1966, adopta un enfoque estructuralista con sello muy personal para exponer cómo la reflexión sobre “lo que está fuera de lugar”, lo sucio e impuro, encubre en realidad una reflexión –a veces apenas velada metafóricamente- sobre las fronteras entre categorías sociales.
Cuatro años después, en Símbolos naturales (1970), Douglas volvería sobre la cuestión redoblando incluso su apuesta con una nueva hipótesis: la ansiedad acerca de la contaminación y el grado de control corporal están directamente relacionados al grado de rigidez de las categorías sociales. A medida que aumenta la presión social en el seno de una colectividad, mayor es la tendencia a mostrar conformidad por medio del control físico, cosa que puede abarcar desde los procesos orgánicos hasta la estandarización en los gustos, la moda y las ideas.
En este punto, la antropología de Douglas es una antropología no sólo de “los otros”, sino también del “nosotros”; abriendo la puerta a la explicación de una multitud de fenómenos en la sociedad contemporánea.
Pero Símbolos naturales iba, incluso, más allá. La autora desarrolla en este libro la idea de que las culturas pueden compararse según dos dimensiones perfectamente discernibles: el grado en que se elaboran y valoran las distinciones sociales internas (rejilla), y el énfasis que se pone en separar lo de adentro de lo de afuera (grupo). Distintas intensidades entre estas dos dimensiones, rejilla y grupo, darían lugar a consecuencias diferentes que en la medida de ser bien conocidas serían también previsibles. Así por ejemplo, las sociedades con fuertes orientaciones hacia el grupo podrían reconocerse por su obsesión por la pureza, la elaboración de concepciones afines y la necesidad de marcar fronteras para evitar la contaminación. Lo cual no hace falta decir cuánto favorece para poder interpretar no sólo determinados hechos históricos, sino inclusive el carácter de las relaciones interétnicas o de las relaciones entre grupos con distintas creencias cuando esas relaciones se vuelven conflictivas.
Pese a ello, este escrito fue recibido en un principio con cierto escepticismo, lo que probablemente impulsó a Douglas a probar su aplicabilidad en otros terrenos, como el análisis de las cosmologías que motivan el comportamiento económico en El mundo de los bienes (Douglas e Isherwood, 1979), la ideología de los ambientalistas norteamericanos en Riesgo y cultura (Douglas y Wildavsky, 1982), o su última reflexión sobre el carácter social del pensamiento en Cómo piensan las instituciones (1986).
Visto en perspectiva, su trabajo es prolífico y rico, diríase que la permanente búsqueda dentro de un tema que variando de cultura en cultura comenzó con la descripción de las creencias de un grupo centroafricano.
En Inglaterra, su carrera docente se desarrolló en la Universidad de Londres, donde fue compañera –entre otros- de quien había dirigido African Worlds, y también en Oxford; para completarla después en los Estados Unidos en dos instituciones de renombre: la Russel Sage Foundation de New York (1977) y la Northwestern University (1981).
Jubilada en 1985, no dejó de producir, brindando incluso entrevistas hasta poco antes de su muerte, cuando contaba ya con 86 años. Falleció en Londres, el 16 de mayo de 2007.