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Notas a una propuesta de lectura sobre la obra temprana de Claude Lévi-Strauss

Claude Lévi-Strauss

Claude Lévi-Strauss

Cuando los editores de Anthropologika nos solicitaron autorización para reproducir en su revista, a manera de guía de lectura, el programa del curso que en el centenario de su natalicio habíamos dedicado a la obra de Claude Lévi-Strauss en la Escuela de Antropología de la Universidad Nacional de Salta no pudimos menos que sentirnos elogiados. Sin embargo, nos pareció que reproducirlo tal cual estaba, sin algunas notas que lo pusieran en su contexto, podría dar lugar, eventualmente, a interpretaciones no deseadas.

Organizado como si fuera un seminario, e inserto excepcionalmente como el primero de tres módulos en una materia curricular, exigía de los asistentes conocimientos previos no sólo sobre teoría e historia de la antropología, en particular sobre la escuela francesa, sino también sobre filosofía y lingüística, de manera tal que quien no pudiera cumplir con estos requisitos vería recargados sus esfuerzos a la hora de tratar de establecer ciertas relaciones.


El homenaje a quien probablemente fue el antropólogo más importante del siglo veinte brindaba la excusa perfecta para volver sobre preocupaciones que habían quedado inconclusas hacía ya casi tres décadas y que por un motivo u otro se obstinaban en desaparecer. En nuestros años de estudiante habíamos tenido la fortuna de contar entre nuestros formadores a uno de los compañeros de viajes de Lévi-Strauss, y lo que comenzó siendo una relación entre maestro y discípulo pronto se convertiría en una amistad que dio lugar a la cesión de materiales que muy poca gente conocía y que a veces ni siquiera se habían publicado. Pero más que las cartas, las fotografías y los fragmentos de película -que vistos hoy revelan en los rostros y en la prosa el por qué de aquella famosa frase: “odio los viajes y los exploradores”-, estaba la cuestión de qué realmente aportó su obra y qué resultaría hoy de seguir los meandros de su período más creativo; aquel que abarca desde el retorno de Brasil hasta fines de los años cincuenta.

Este curso examina, básicamente, los desarrollos conceptuales de esa época, momento en que es más clara que nunca la influencia de determinados pensadores, y en la que se encuentra profundamente avocado a tratar de resolver, en un mismo marco, y etnología mediante, las voces contradictorias que hablan en su mente.

Aunque confesamente alejado de la filosofía por las reservas que le despertaban las tendencias imperantes en sus años formativos, mucho tiempo después habrá de admitir que entre línea y línea de sus análisis no sólo salían a luz racionalidades ocultas. En este sentido, Tristes Tropiques por ejemplo es una obra curiosa. Por un lado, tratado teórico disfrazado de etnografía. Por otro, momento de catarsis de alguien cuyas certezas más taxativas no hacen sino ocultar, a modo de mecanismo de defensa, los fantasmas con los que lucha su inteligencia. Clásico innegable del más rancio estructuralismo es, al mismo tiempo, un libro personal preñado de subjetividades: olores, sabores, impresiones, nostalgias, desencantos. Pudo ser escrito en pocos meses sólo tras un proceso que en realidad llevaría diez años. ¿Qué había ocurrido en todo ese tiempo?

Fragmento de una filmación realizada por Dina y Claude Lévi-Strauss en la aldea de Nalike en Sierra Bodoquena, Estado de Mato Grosso, entre diciembre de 1935 y enero de 1936. En aquel entonces fue auspiciada por el Departamento de Cultura del Municipio de San Pablo, que cedió a sus autores una copia para su propio uso, misma que después facilitaría el propio Lévi-Strauss en ocasión de una entrevista que le realizara Bernard Pivot a propósito de Tristes Trópicos y de lo que significa la experiencia etnográfica. Hacia el final, el rostro del etnógrafo delata, en parte, los estados anímicos que después se volcarían en aquella famosa frase: “odio los viajes y los exploradores”.

Quienes asisten a nuestras materias suelen preguntar qué queda o qué quedará de todo lo escrito por Lévi-Strauss. Dar una respuesta así es difícil. Y más si no se comparte el canon establecido por el imaginario disciplinar respecto a que todo se resume en dos cosas: una temprana y afortunada transposición metodológica y la obstinada obsesión de un prosaico profesor parisino por buscar por doquier oposiciones binarias. Si así fuera, sencillamente hace tiempo que se le habría olvidado.

Cansados de posponer una y otra vez esta respuesta, y de meramente devolver un gesto falto de compromiso, enhebramos finalmente una serie de temas en cinco sesiones que esperábamos -a buen entendedor- pudieran satisfacer lo que se nos solicitaba. Intentaríamos proponer que aquello por lo que Lévi-Strauss será rescatado no es la vulgata de difusores y comentaristas, sino más bien lo que ha quedado a salvo de los actos de fe que este tipo de simplificaciones generalmente demandan.

Esto deja atrás -claro- las interpretaciones que se basan fundamentalmente en un Lévi-Strauss tardío; y obliga a concentrarse específicamente sobre cosas escritas no tanto en los sesenta y los setenta, cuando ya lo esencial estaba dicho, sino más bien en libros y artículos anteriores cuya riqueza y complejidad no es menor.

Tomando como base algunas cuestiones tratadas en un antiguo intercambio epistolar con la rue des Marronniers decidimos que lo esencial podía resumirse en unos pocos puntos: la necesidad de ver lo social como un hecho semiótico; que todo hecho semiótico implica una doble dimensión -aquello que lo hace universalmente posible y aquello que lo hace particularmente eficaz-; que es la experiencia social la que provee la materia significante; y que si bien no hay sujeto en el sentido kantiano clásico (algo que Ricoeur ya le había señalado y Lévi-Strauss aceptado) la cuestión del sentido y los intereses mismos de la antropología, a la que no conciernen tanto los individuos como los colectivos, obliga de todas maneras a volver sobre el particular.

Esto deja atrás -claro- las interpretaciones que se basan fundamentalmente en un Lévi-Strauss tardío; y obliga a concentrarse específicamente sobre cosas escritas no tanto en los sesenta y los setenta, cuando ya lo esencial estaba dicho, sino más bien en libros y artículos anteriores cuya riqueza y complejidad no es menor.

Quienes busquen en el temario y en la bibliografía que a continuación se ofrecen una panorámica completa de la producción levistraussina seguramente se verán defraudados. Quienes pretendan una confirmación de lo más remanido, también. Lo que hallarán en todo caso es una propuesta de lectura sobre aspectos de su obra que generalmente son soslayados. ¿Cuántos analistas han dedicado su tiempo a un texto decididamente clave como la Introduction à l’oeubre de Marcel Mauss? Diríamos que muy pocos. En la República Argentina sólo rescataríamos un nombre, el de Jorge Belinsky. ¿Cuántos han recalado en el proyecto encerrado allí? Menos aún. Y los pocos que lo han hecho generalmente omiten aquel hermoso pasaje en el que nuestro autor refiere a que las cosas no han podido ponerse a significar progresivamente. Que una vez que algo tuvo sentido, todo lo tuvo. Pasaje elucidatorio para poder discutir después sobre la presencia y relevancia de este concepto en instancias ulteriores. Pasaje que no es otra cosa, además, que una traducción de la hipótesis previamente planteada en Les structures élémentaires en torno a que lo social no es más que un gran fenómeno semiótico. El estado de sociedad es posible o se torna “realidad” a partir de ese “corte” que permite diferenciar lo permitido de lo prohibido. ¿No fue acaso esto lo que impresionará tan profundamente a Lacan?

Claude Lévi-Strauss

Claude Lévi-Strauss con Capitán Julio

Cuando se apunta a que el estructuralismo se desentiende del sentido, lo primero que habría que preguntar es qué sentido se está dando a la palabra sentido en tan tajante afirmación. E interrogar de inmediato sobre por qué hubo entonces necesidad de trabajar la noción de eficacia a la par de la de función simbólica. Desde tiempos de estudiante Lévi-Strauss había venido leyendo profusamente a Freud, y no pudo extrañar entonces la aparición de Le sorcier et sa magieL’efficacité symboliqueSorciers et psychanalyse. Pero el asunto allí no se resume en comparar y oponer chamanismo y psicoanálisis, sino advertir sobre que el sentido es algo más profundo que el mero significado. Es algo que al momento que opera en nosotros al mismo tiempo nos evade. Como el analista, el antropólogo está allí para dar cuenta de cómo, tomando materia de la experiencia, una sociedad ha elaborado históricamente una sintaxis que sin lugar a dudas “vive”, pero que en ese vivir no puede alcanzar intelectivamente.

Más que el binarismo al que usualmente se alude, esta oposición es verdaderamente interesante. La filosofía alemana de la primera mitad del siglo veinte había introducido una distinción similar. Nuestra existencia es aquello a lo que estamos arrojados y nos constituye, y en tanto así ocurra es indubitablemente nuestra realidad. Las cosas simplemente tienen sentido porque son, pero no reflexionamos sobre cómo, o a través de qué, tal cosa resultó así. Cuán alejado estaba realmente Lévi-Strauss de aquellas filosofías de las que decía recelar cuando se vio en la necesidad de distinguir entre símbolos y función simbólica es materia opinable, pero lo que sí se sabe es que a esta idea de sentido como racionalidad oculta tomada de Freud añadirá, además, cosas que recuerdan al autor de Das Kapital. Los símbolos son creación del espíritu humano, pero como las mercancías no sólo ocultan al hombre su verdadera naturaleza, sino que también cobran vida propia. ¿Cuál es la naturaleza de los símbolos? El de ser producto de las relaciones entre los hombres. Esas relaciones que, coincidiendo Mauss con Marx, son el fundamento mismo de la vida social. Ergo, la semiosis es un hecho social y lo social un hecho semiótico.

Es más, si se retrocede por un momento a la Introduction, la argumentación se pone todavía más sugestiva. Invirtiendo la afirmación de Saussure y anticipándose en años a algo que leeríamos después en los Elements de semiologie de Roland Barthes, encontramos la insinuación de que nada encuentra sentido fuera del lenguaje: la más perfecta de todas las manifestaciones simbólicas. Recurrir a la lingüística para pertrecharse de sus métodos resulta entonces no sólo recomendable, sino asimismo justificado. La piedra angular, la tesis básica, es que el sentido procede de nuestra capacidad de gramaticalizar lo que nos es dado; por lo que en cierta forma todo aspecto de la vida social es asimilable a un lenguaje. Los primeros terrenos a explorar serán el arte, los rituales y los modos de organización social, pero la verdadera meta por alcanzar son aquellas formas donde el sentido no puede buscarse ni en el plano de la lengua, en el que se soporta, ni en el plano del habla, en el que se expresa. The Structural Study of Myth cierra, así, de alguna manera el círculo.

Quizás melómano como Lévi-Strauss, Jean-Luc Nancy dirá muchos años más tarde que “si «entender» es comprender el sentido (…), escuchar es estar tendido hacia un sentido posible y, en consecuencia, no inmediatamente accesible”. No se nos ocurren mejores palabras para describir un proyecto que desde el retorno de los trópicos llevaría toda una vida. Operando por exceso, nuestras representaciones nos hablan. Nosotros, entretanto, estamos a la escucha.

Pero en este derrotero conceptos basales de otras disciplinas no saldrán indemnes. La noción de inconsciente, por ejemplo, se verá redelineada y privada de toda substancia. Y, junto a ella, ciertas concepciones sobre el sujeto que, contemplado en cuanto individuo, no se habían modificado desde el siglo dieciocho. EL psicoanálisis, que tanto había celebrado inicialmente los supuestos esenciales de Les structures, tomará distancia de inmediato; y otro tanto hará la filosofía, que encuentra insoportable la idea de que el verdadero “locus” de la racionalidad esté en ese determinante indeterminado que Lévi-Strauss llama “el espíritu humano” y no en el hombre lúcido de sí y capaz de reflexionar distanciadamente. Para la antropología, en cambio, se presenta una nueva perspectiva: la oportunidad de leer los hechos más allá de la superficie, viendo en cada uno de nosotros no entes privados de libertad como a veces se ha llegado a insinuar, sino seres expuestos al sentido. ¿No es acaso también esta -la de estar “expuestos”- otra de las acepciones del término sujeto?

Quizás melómano como Lévi-Strauss, Jean-Luc Nancy dirá muchos años más tarde que “si «entender» es comprender el sentido (…), escuchar es estar tendido hacia un sentido posible y, en consecuencia, no inmediatamente accesible”. No se nos ocurren mejores palabras para describir un proyecto que desde el retorno de los trópicos llevaría toda una vida. Operando por exceso, nuestras representaciones nos hablan. Nosotros, entretanto, estamos a la escucha.

Quien nos haya seguido hasta aquí habrá reconocido en los nuestros, una y otra vez, pasajes cruciales de textos muy conocidos, y probablemente se haya lamentado también de que no les hayamos hecho la debida justicia, pero en realidad hemos sobrepasado ya en mucho el espacio que originalmente se nos había asignado para algo que debía ser simplemente una nota aclaratoria. Así, si lo poco que hemos podido esbozar despierta algún interés o suscita algún interrogante, el propósito se habrá cumplido. A partir de ese instante, la decisión de recrear o no este curso tomando como guía los contenidos y lecturas sugeridos será, por supuesto, cosa que nos exceda.